viernes, 19 de noviembre de 2010

LEYENDAS Y TRADICIONES

LEYENDAS Y TRADICIONES
Nuestro país tiene diversidad en muchas cosas y no podrían faltar las leyendas y tradiciones más recordadas y practicadas por los ecuatorianos.
A continuación unas de ellas:
v  POR UNA PIEDRA SE SALVÓ EL ALMA DE CANTUÑA

Eran los primeros años de la época colonial. Las plazas e iglesias de Quito iban tomando forma. Una de ellas era la de San Francisco cuyo atrio estaba siendo construido bajo la responsabilidad de un nativo llamado Cantuña.
El tiempo pasaba y el atrio no se concluía. Los patronos de Cantuña le amenazaron con encerrarle en prisión si no cumplía la obra en el plazo acordado.
Un día, el indio regresaba a su casa y al pasar por el sitio de la obra inconclusa, de entre un montón de piedras emergió una figura vestida todo de rojo, con una nariz puntiaguda y una espesa barba. El ambiente olía azufre y la voz ronca del personaje se identificó:
- Hola Cantuña, no me reconoces? Soy Satanás. te vengo a proponer un negocio: Solo yo puedo terminar el atrio de la iglesia antes de que salga el sol... claro que en pago a este favor tú me entregarás el alma... ¿Aceptas?
Cantuña, que veía imposible terminar la obra, dijo:
  • Acepto, pero si una sola piedra falta en el atrio antes de sonar las campanas del Ave María, el trato se anula.
Satanás aceptó la condición del desesperado indio y en seguida miles de diablillos ascendieron desde el infierno para colocar las piedras de la plaza. Cantuña miraba desde lejos, apesadumbrado por el miedo y el remordimiento.
Sonaron las campanas del Ave María y las primeras luces del amanecer iluminaron el atrio de San Francisco.
El diablo se frotaba las manos satisfecho mientras Cantuña paseaba por la plaza. De pronto el rostro del indio brillo de emoción. Una piedra. Una sola piedra había faltado. Una sola piedra faltante había salvado el alma de Cantuña.
Satanás desapareció enfurecido y solo dejó tras de sí un espeso olor a azufre.
Yo les voy hablar de una leyenda muy particular de nuestro país la leyenda del indio Cantuña. Esta es una leyenda que divierte mucho ala vez que atemoriza. En el libro "Leyendas del Ecuador" hallamos 

Las dos versiones de la leyenda la verdadera


La versión falsa consiste en:

Cantuña tenía una labor que había sido asignada por los franciscano que era construir una Iglesia en Quito. Este acepto y puso como plazo seis meses, a cambio el recibía una gran cantidad de dinero.
Aunque parecía una hazaña imposible lograr terminarla en seis mese, Cantuña puso su máximo esfuerzo y empeño en terminarla, reunió un equipo de indígenas y se propuso terminarla. Sin embargo la edificación no avanzaba como el la esperaba.
Cantuña decide vender su alma al diablo a cambio de que terminara la construcción lo más rápido posible. Cantuña ya se vio perdido debido a que vio que los diablillos avanzaban de una manera insuperable, fue aquí cuando al indio Cantuña se le ocurrió una idea y se escabullo en la Edificación sin ser visto y cogió la ultima piedra y escribió: "Quién ponga esta ultima piedra en su lugar reconocerá que Dios es más grande que el". El diablo al ver esto huyo y Cantuña se salvó.


La verdadera historia trata de:
Cantuña era solamente un guagua de noble linaje, cuando Rumiñahui quemó la ciudad. Olvidado por sus mayores en la histeria colectiva ante el inminente arribo de las huestes españolas, Cantuña quedó atrapado en las llamas que consumían al Quito incaico. La suerte quiso que, pese a estar horriblemente quemado y grotescamente deformado, el muchacho sobreviva. De él se apiadó uno de los conquistadores llamado Hernán Suárez, que lo hizo parte de su servicio, lo cristianizó y, según dicen, lo trató casi como a propio hijo. Pasaron los años y don Hernán, buen conquistador pero mal administrador, cayó en la desgracia. Aquejado por las deudas, no atinaba cómo resolver sus problemas cada vez más acuciantes. Estando a punto de tener que vender casa y solar, Cantuña se le acercó ofreciéndole solucionar sus problemas, poniéndole una sola condición: que haga ciertas modificaciones en el subsuelo de la casa. La suerte del hombre cambió de la noche a la mañana, sus finanzas se pusieron a tal punto que llegaron a estar más allá que en sus mejores días. Pero no hay riqueza que pueda evitar lo inevitable: con los años a cuestas, al ya viejo guerrero le sobrevino la muerte. Cantuña fue declarado su único heredero y como tal siguió gozando de gran fortuna. Eran enormes las contribuciones que el indígena realizaba a los franciscanos para la construcción de su convento e iglesia. Los religiosos y autoridades, al no comprender el origen de tan grandes y piadosas ofrendas, resolvieron interrogarlo. Tantas veces acudieron a Cantuña con sus inoportunas preguntas que éste resolvió zafarse de ellos de una vez por todas. El indígena confesó ante los estupefactos curas que había hecho un pacto con el demonio y que éste, a cambio de su alma, le procuraba todo el dinero que le pidiese. Algunos religiosos compasivos intentaron el exorcismo contra el demonio y la persuasión con Cantuña para que devuelva lo recibido y rompa el trato. Ante las continuas negativas, los extranjeros empezaron a verlo con una mezcla de miedo y misericordia.

v  LA HISTORIA DE CASPICARA
Los sacerdotes de la Compañía de Jesús no podían creerlo. Manuel Chili, el pequeño niño indígena que se colgaba y correteaba por los andamios y pasadizos de la iglesia mayor de los jesuitas en Quito de pronto se había convertido en un gran artista.
Sorprendidos por la habilidad del joven, los jesuitas decidieron tomar a su cargo la educación y darle vivienda, comida y un poco de dinero ya que en ese entonces los artesanos no gozaban del mismo trato que los reconocidos como verdaderos artistas.
Además del apoyo, los padres de La Compañía pulieron las aptitudes de Manuel para que mejorara su técnica en la escultura y la pintura. Así nació el gran Caspicara, uno de los mayores exponentes de la Escuela Quiteña.
Manuel, o Caspicara como empezaba a ser reconocido, trabajaba hasta 12 horas diarias siempre sobre andamios y cerca de bordes peligrosos. Este constante trabajo por lo alto le originó un intenso miedo a las alturas. Cuentan que debido a esta fobia, Caspicara permanecía varias horas en silencio y con los ojos cerrados y esto terminaba por enfurecer al capellán de la iglesia que creía que creía equivocadamente que Manuel dormía en lugar de trabajar.
La fama de artista se extendió por todo el nuevo y viejo mundo. Sus obras comenzaron a valorarse en muchos pesos de oro y sus imágenes de santos, Cristos y vírgenes decoraban iglesias de todo nuestro país y también de Colombia, Perú, Venezuela y España. Es tanta la belleza de las obras de Caspicara que no han faltado quienes además les han agregado propiedades milagrosas.
Actualmente es difícil poner un precio a las obras de Manuel Chili ya que, por un lado, superarían los varios millones de dólares, mientras que por otro, son invaluables en tanto que son patrimonio cultural del Ecuador.
Como sucede con muchos artistas, Caspicara murió en la miseria más triste, abandonado en la soledad de un hospicio y despreciado por sus contemporáneos.

v  LA SEMANA SANTA
Con una marca de ceniza en forma de cruz en la frente se celebra el "Miércoles de Ceniza", inicio de la cuaresma o los 40 días previos a la Semana Santa.
La llegada de la modernidad no ha hecho estragos en la religiosidad de los habitantes de Quito. Incluso hoy en día, el Domingo de Ramos se celebra con el mismo fervor que siglos atrás, El romero y el sahumerio son infaltables acompañantes de los quiteños en la tradicional misa que abre la Semana Mayor del catolicismo.
Además de la fuerte presencia de la devoción religiosa, hay otros elementos que han sobrevivido al tiempo como la tradicional fanesca, un plato que se elabora con granos y pescado seco que según algunas investigaciones es un plato que se remonta incluso a las primeras comunidades cristianas que escondidos de la persecución romana, los únicos alimentos que podían guardar en las catacumbas eran precisamente los granos y el pescado.
v  EL DÍA DE LOS DIFUNTOS
Así como la Semana Santa tiene su propio sabor, el de la fanesca, el Día de Difuntos, el 2 de noviembre, tiene a la colada morada, un plato de dulce que se acompaña de las "guaguas de pan", una herencia gastronómica española e indígena.
Las "guaguas de pan" son muñecas de masa que recuerdan el episodio bíblico en que el Rey Herodes mandó a decapitar a los niños recién nacidos con la intención de matar al Niño Dios , el infante Jesús.
Esta tradición dejada por los conquistadores se fundió rápidamente con las manifestaciones culturales indígenas. Los nativos solían vestirse de luto y ofrecer comida y bebida a las almas de sus muertos, una práctica que todavía se mantiene vigente en pueblos aledaños a la capital donde los indígenas van hasta los cementerios para depositar alimentos en las tumbas de sus seres queridos fallecidos.
El otro plato mencionado, la colada morada, era preparada en los viejos tiempos como si fuera todo un ritual gastronómico. Además se preparaba en tal cantidad que era común invitar a toda la familia lo mismo que a los vecinos del barrio. En aquellos días una jarra grande la mazamorra dorada y una guagua hecha con mantequilla no costaba más de un sucre.
Y aunque los precios han aumentado notoriamente, no por esto la colada morada y las guaguas han perdido su sabor ni su lugar en el gusto de los quiteños. Por supuesto que a parte de esta tradición culinaria tampoco se ha borrado la costumbre de visitar ese día el cementerio y dejar algunas flores en la tumba de aquellos que se nos adelantaron en el viaje al más allá.

Erika Nicola...

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